Incapaz de jugar en el orden, el Sevilla intentó a ráfagas convertir el partido en un correcalles, sacar réditos del bullicio. No se dejó engatusar el cuadro insular, que se aplicó como la hormiguita de la fábula. Fue construyendo su juego, sus ocasiones —media docena larga en la primera mitad—, y a nadie en el Pizjuán le extrañó que Pereira adelantara a los baleares a la media hora de partido. El Sevilla tardó 42 minutos en tirar entre los tres palos.
En la reanudación, Manzano dio entrada a Luis Fabiano y Konko, y volvió a tener once jugadores sobre el campo. No aparecieron las ideas, pero sí la movilidad arriba. Y se vio otro Sevilla, de nuevo a ráfagas, siempre improvisando. En el barullo, el carioca hizo dos goles, pero Mateu Lahoz se inventó una mano para anular el primero —y no vio un penalti a Negredo antes del descanso—. El segundo apenas fue un espejismo. Webó cabeceó en el 94 e impartió la justicia del (buen) fútbol. El Pizjuán acabó pitando. Empieza a cansarse de un equipo bipolar y sin rumbo.
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