A los levantinos le faltó más participación de gente importante para desequilibrar, como Joaquín, que es letal cuando está bien. Los instantes en los que el exterior entró en danza fueron peligrosos para el Madrid, lo mismo que pasó apuros el Valencia cuando Ozil sacó su varita a pasear, pendiente el marcador de pequeños detalles que pudieran desequilibrar el choque (un taconazo de Cristiano, una volea mejor dada de Soldado...). Todo en el filo de la cuchilla.
El Madrid pegó un arreón importante en la segunda mitad pues Mourinho debió ponerle las pilas, de larga duración. El portugués metió a Benzema en el campo y el Valencia acusó el cambio de signo. Más presión, más mordiente, más velocidad en la circulación de balón. Tuvo dos el Madrid pero surgió gigantesco un héroe inesperado al que no se esperaba: el meta Guaita, que respondió con excelsas maneras.
El acoso empezó a pasar facturas, por ejemplo a Albelda, que se fue antes de tiempo al vestuario por una mano involuntaria. Con diez en el campo al Valencia se le cerraron los ojos cerca de Casillas.
En el acoso blanco ya no hubo vuelta atrás. Sin apenas salida el Valencia aguantó como pudo, es decir mal. En una inspiración de Ozil, con un pase tremendo, Cristiano decidió y hundió al Valencia que, eso sí, siempre lo intentó, asunto meritorio, estando con diez, pero arriesgando aun dejando boquetes atrás. Luego, Cristiano apuntilló con su potencia tremenda, con su calidad innegable, tirando de un carro que no salía del hoyo.
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