
El mejor Barça llegó con el equipo de siempre, once de gala con Iniesta en la medular, Busquets como guardaespaldas y con Xavi como punto de partida de cualquier jugada ofensiva. Es supremo su fútbol y cada vez se aprecia más su talento, algo preocupado el personal porque algún día, después de trece años de magia en el primer equipo, se acabará. Hasta entonces toca disfrutar de ese privilegio y rezar para que sus tendones respeten y entiendan la plasticidad de este artista.
Villa, un mes después
Todo fueron buenas noticias para el Barcelona, que recuperó a Villa para la causa. Le necesita este equipo y por fin se desquitó con un golazo tremendo para acabar con el mal fario, que le perseguía desde hace un mes. Demasiado tiempo para el asturiano, pero su zurdazo, potente y preciso a la escuadra de Varas, merecía tanta espera.
Exigido en cada embestida, el Sevilla asomó un par de veces sin mayor trascendencia por el territorio de Valdés y sacó la bandera blanca con la expulsión de Konko al filo del descanso —zancadilla a Pedro—, incapaz y resignado ante un chorreo que, esta vez sí, tuvo continuidad en la reanudación. Manzano, cuyo sello quedó difuminado después de cinco triunfos en seis tardes como técnico sevillista, se vio obligado a reconducir la situación, pero tampoco sus cambios funcionaron. Y para su desgracia, Romaric colaboró con una inapropiada cesión al portero sin percatarse que Alves estaba en la trayectoria, tercero de la noche con disculpas del brasileño por su pasado en Nervión.
Divertida como nunca la parroquia, Messi hizo el cuarto con una conducción fugaz mientras se hacía la ola y Guardiola repartía esfuerzos y homenajes, sentando a Xavi y a Puyol para recibir el merecido aplauso el colectivo. El Barcelona, con el quinto de Villa, vuelve a lo grande y, una vez ajustada la mirilla después de tantos «casi», promete pelea.
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