Con el balón pero sin profundidad, España comenzó a desesperarse por una casualidad. Eso fue el gol de Bielorrusia. La pelota cayó por azar en el área hispana, Domínguez no tapó con firmeza y Voronkov largó el remate de su vida. De espaldas a la portería, sin visión de la trayectoria, en una medio chilena churro, superó a De Gea, demasiado estático frente a un tiro impensable.
Quedaba toda la segunda mitad para limpiar esa mancha. Y España siguió con la misma traza: toque y más toque, desmarques y más desmarques sin un disparo potable. El destino colocó a Adrián en el punto de mira: tuvo tres oportunidades, a cual más clara, y el resultado fue deplorable. No acertó ni una.
Milla buscó soluciones de emergencia. Capel y sus tirabuzones inescrutables, Bojan y su bullicio entre bastidores. España decayó en su empuje y el juego se tornó turbio, poco claro. Tuvo la virtud de no arrojar la toalla y Adrián se desquitó por las bravas. Su aproximación más difícil acabó en gol. Certero remate buscando el primer palo en el minuto 89. Fin a la agonía y al padecimiento. Prórroga y vuelta a empezar.
En el callejón sin salida, Bielorrusia se deshilachó y España regresó a su hábito, a lo que debió ser el partido sin nervios. Adrián atinó de nuevo en un cabezazo de delantero fetén y Jeffren coronó la remontada con el zurdazo del torneo. 3-1 y a soñar con otro título en rojo.
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