El Atlético encontró un paladín imprevisto en Diego Costa, suplente por decreto, que largó el partido de su vida en Pamplona. Casi no bastan sus tres goles, porque el Atlético se empeñó en sufrir como siempre ante un rival moribundo.Por la tendencia a enredarse en sus propias contradicciones, el Atlético compareció en el Reyno de Navarra sin el dúo calavera. Parecía demasiada ventaja desmembrar al equipo, sin Kun Agüero (sancionado) y sin Forlán (artículo 33 del entrenador). Un Atlético con Diego Costa en el paralelo que ocupan sus estrellas. El partido arrancó con ese extraño plató y continuó por donde se esperaba, los guantes de De Gea. Realizó una tanda excelsa el portero: tres paradas a bocajarro en cuatro segundos. Este Atlético que flota en tierra de nadie se preparaba para otra noche de perros.
Osasuna encontró un manantial por la banda derecha, donde Nelson trituró una y otra vez a Antonio López y Raúl García. En una de esas, articuló un gol perfecto: rentabilizó una rápida apertura de Puñal para servir un centro magnífico a Sola, que acompañó la jugada con un remate de primera a lo Hugo Sánchez.
Lo que se anunciaba como una lánguida decadencia se transformó en un festival inesperado. El recital de Diego Costa. Frenado Osasuna en las manoplas del genial guardián del Atlético, surgió el brasileño, lo más parecido a Rubén Cano que se recuerda por el Manzanares. Empató en un solvente mano a mano con Ricardo y continuó con un monólogo, como si jugase un encuentro al margen de los demás.
Como en los tiempos que el Madrid vivía de Casillas y Ronaldo, el Atlético se agarró a esta pareja insospechada. De Gea siguió felino y Diego Costa se hinchó como un globo. Marcó el segundo y se dedicó a sí mismo el tercero, sutil y delicado. Lo que parecía una plácida victoria a bordo del nuevo héroe se convirtió en sufrimiento. Reyes falló un penalti, anotó el suyo Nekounam y el 2-3 fue un alivio para la banda de Costa.
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