Aparcada la Copa del Rey hasta abril y con la Champions en el horizonte, Guardiola no escatimó y presentó lo mejor que tiene en una plantilla de oro. Sólo la ausencia de Puyol, cubierta con Abidal en el eje y con Maxwell por el lateral que acostumbra a correr el francés, alteró un once que se canta de carrerilla, tan conocidos sus nombres como placentero es verles jugar. Pareció sencillo, incluso a una velocidad menor, pero el Barça resolvió desde una asfixiante presión, piernas frescas que corren velozmente por la inercia que genera la ilusión de querer ser únicos.
El segundo tanto de Messi acabó con lo poco del Atlético, cuyo estado esquizofrénico ha llevado a tener a Forlán en el banquillo. El uruguayo representa a la perfección el mal del equipo rojiblanco, lejos de Europa por sus tres derrotas del tirón, siempre un polvorín ya que lleva años buscando sin suerte la estabilidad. Después de dignificar su nombre el pasado curso, en este anda degollado no se sabe hacia dónde, incapaz de encontrar una idea y mucho menos un estilo. Mejoró tímidamente en la reanudación, coqueteó Forlán con un gol que le birló Piqué en la línea y sacó bandera blanca cuando entendió que no era día para hazañas. Desganado, afrontó el tramo final sin esperanza y Messi redondeó otra exhibición con su cuarto triplete de la temporada.
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