Desde el embrollo, a media luz en un arranque soso y estático, el Barcelona encontró el camino de forma natural, beneficiado por la vulgaridad de un rival que no aspira a más que completar el cartel de una Copa de Europa global. El Bate Borisov no es el Shaktar Donetsk ni tampoco el Rubin Kazan, por lo que Guardiola respiró aliviado al ver resuelto el pulso en apenas veinte minutos de chispazos. Alterada la idea inicial con Piqué en el banquillo y Mascherano en la zaga, al Barça le bastó con moverse para desconectar al equipo bielorruso, tan cordial con su enemigo que desniveló la velada con un tanto en propia puerta y colaboró con errores de bulto en los goles de Pedro y Messi, ambos de cabeza y sin exigencia. Coser y cantar en Minsk. A dormir. [Las mejores imágenes del encuentro]
Casi todos menos Messi, obsesionado con la exclusividad, tan inquieto que con él nunca se acaba un partido de fútbol. Le dio validez a un segundo acto intrascendente, se movió como quiso para desesperación bielorrusa y engordó su ego con un acierto que le equipara a Kubala (194 goles) y le pone en la pista de César (236). Ayer y hoy, el Barça de siempre, dos figuras para entender una idea innegociable con el balón como protagonista. Es cuestión de cuidarlo.
Fue un trallazo con la izquierda que evocó a otra época, generaciones alentadas por fútbolistas únicos sin que importe el blanco y negro o el color porque las estrellas brillan en todas las circunstancias. El Barcelona de ahora vive en función de lo que quiere Messi, innegociable para él las rotaciones, y sus socios lo celebran como Villa, reconciliado con los festejos y muy fino con el quinto. A Guardiola le salió perfecto el viaje y sofocó en primera instancia el incendio por sus preferencias de tribuna. Camino despejado para el campeón. Apenas hay curvas de aquí a los octavos.
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