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Goles D. Zagreb 0 - Real Madrid 1

Alguien debió engañar a los jugadores rojos, alguien les debió decir que «estos son una bacalá», así que se planteó el horizonte ideal para que Cristiano perdiera la cabeza. Vio la autopista por la que brillar con luz propia haciendo de cada jugada el gol de su vida y por ahí se despeñó. Los demás tampoco acompañaron. Como casi todos los equipos han tomado el número al Madrid, pusieron a Leko encima de Ozil y se acabó la creatividad del Real, se acabó el último pase, y se acabó la magia necesaria para defenestrar a un equipo simple, pero bien ordenado atrás, con la ilusión del niño con zapatos nuevos, aunque estos fueran una china en los del Madrid.
En esa esta es mi guerra y la de nadie más se fue perdiendo el Madrid porque Di María se sumió al afán egoistón de Cristiano y en ese mirarse cada uno en el espejo, sin apenas asociarse se fue añadiendo ladrillos en el muro croata. Sustos, ciertamente, hubo pocos para Casillas. Solo uno y Rukavina se puso tan nervioso que confundió a Íker con la red. Así que pegó un pelotazo al bulto que el mejor portero del mundo paró como quien se come un caramelo.
A fuer de ser sincero, hay que decir que todo fue del Madrid: el control del partido, el tempo del mismo, el balón y las ocasiones. En tres o cuatro estuvo cerca del gol pero Kelava, dispuesto a inmortalizarse, paró dos seguidas a Di María y Ozil que, sencillamente, eran imparables, o lo parecían porque las paró.
Así que al descanso se fueron los dos con las gafas del cero a cero puestas pero con la sensación de que a poco que el Madrid diese una vuelta más de tuerca el gol acabaría cayendo, aunque fuera solo por aquello del martillo y el yunque.
Y fue justo el ir e ir al hierro que este se dobló. Esas entradas de Marcelo por todos lados, rozando en la anarquía pero que acaban haciendo tanto daño a los rivales, le dio el gol a Madrid. Una asistencia suya la colocó Di María en la misma escuadra. Ni Kelava, ni no Kelava.
El partido se murió un poco. El Dinamo lo intentó, pero no tenía ni talento ni fe suficiente para conseguirlo, mucho más con el partido sobrio de los dos centrales del Real, que no dejaron ni un resquicio. El Madrid vio la oportunidad de meterle un mazazo en la testuz al rival con la contra de sus balas arriba, pero entre que uno no se decidía y los rojos, decididos a la fanfarria y los juegos artificiales aquello se fue acabando con una sensación de mucho amagar y dar no poco, sino poquísimo.
Era todo rojo cuando a Marcelo se le ocurrió una estupidez de lo más infantil. Tenía una amarilla y se tiró en el área. Roja. El Madrid, con diez, se vio en mil apuros porque los croatas vieron luz, y cada vez más espacios y esperanza. Los de Mou aguantaron y lograron un triunfo muy de color mate.

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