Y nada más comenzar la segunda mitad, el premio inesperado e inmerecido. Un córner botado desde la izquierda buscó portería, Romero falló, y el árbitro dio el gol. 0-1 y casi cuarenta minutos para hacer lo que se entiende que había que haber hecho mucho antes. Y pudo ser peor, porque poco después Martins desperdiciaba el 0-2 en un mano a mano con Romerto. Llegados a esa tesitura, Batista decidió que si alguien podía revitalizar el partido ese era Agüero, que sustituía a un voluntarioso pero inefectivo Lavezzi. Poco tardó en responder el todavía jugador rojiblanco. A los cinco minutos recogió un pase dentro del área, y sin dejarla caer, enganchó una volea de esas que no valdrían en el patio del colegio por ir demasiado fuerte. Golazo. Empate a uno y quince minutos para ganar.
Lo buscó Argentina con insistencia pero sin puntería, con fe, pero sin corazón. Justo eso que piden los aficionados, y que esta albiceleste no transmite. Es el primer día, pero el corazón, como la clase, se tiene o no se tiene, me temo que no se compra.
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