Traía el duelo un aire fatal porque estas cosas no suelen acabar bien con el Atlético de por medio. Y Quique, que volvió a dejar en el banquillo a Forlán pese a la ausencia de Diego Costa, comenzó a palidecer cuando De Gea dobló escaso el espinazo para atajar el tiro de Kennedy. Gol del Racing para condecorar su empuje, porque de juego, nada de nada.
Tampoco el Atlético ofreció el rendimiento de las pasadas semanas, antes del Málaga. Sin chispa Reyes, inactivo Koke y muy vigilado Agüero, su producción ofensiva se redujo a la mínima expresión. Se movió entonces sin empaque, falto de tensión, como si no le fuesen muchos millones y la ilusión de su hinchada en el empate o la victoria. Todo el torrente de energía que había producido en sus últimas seis salidas (seis sin derrota) se difuminó.
Rosenberg le sacó los colores a Domínguez en un sprint a dúo, en el que el defensa claudicó de mala manera. Lento y sin contundencia en el despeje, le regaló el balón al nórdico, que marcó ante otro ejercicio pasivo de De Gea, que no se estira con la misma elasticidad. Salió Forlán en otro zafarrancho a la desesperada, esa suplencia incomprensible, pero nada cambió. El Atlético volvió a tirar su botín por la borda.
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