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Crónica Milan 2 - Real Madrid 2

Se esperaba una intensidad infinita, al máximo nivel, con todos mordiendo las canillas, sobre todos los de Allegri, que necesitaban puntos como un herido de cuchillo, sintiendo en el cogote el aliento de los jóvenes cachorros del Ajax.
Y así salió el encuentro: bello, precioso, vivo e igualado... quince minutos. Luego, el Madrid dijo aquí estoy yo y el Milán dijo, yo no, que estoy mayor para esto. Tocó el Madrid, con sabiduría, con talento, con cordura... y el rival se le diluyó. Cinco ocasiones como cinco soles tuvieron los de Mou, de esas que parece mentira que pudiera fallar, de las que dan vida y alma al acorralado, que estaba desesperado y gimiendo en el rincón.
Ese pequeño hálito de vida fue el que levantó al Milán durante cierto tiempo, eso y la garra, por decir un término delicado en vez de la cera que dieron, que pusieron Boateng y Gattuso, que sacó la pescadería y la verdulería, todo sobre el tapete, tan basto y vulgar es. Con los dos repartiendo y el orgullo local, algo que nunca pierden, a flor de piel, Pirlo pudo sacar la cabeza y su equipo inquietar algo, no mucho, pero lo suficiente para dar otro empaque al encuentro, una textura más sólida por ambas partes.
Un gran amago
Fue entonces cuando el Madrid golpeó, con todo el talento y la magia que tiene arriba, algo incontestable para cualquiera. Un amago de Di María que engañó hasta a Harry Potter para dejar el gol en bandeja de oro a Higuaín, que ya no perdonó. Es lo que hubo en esa vibrante primera mitad: valentía y orgullo en la vejez ante el talento desmesurado, orden y hambre de la juventud. Hubo color, pero poco.
La segunda parte empeoró para el Milán. Parecía difícil, pero lo hizo. Habían corrido como posesos en la primera mitad intentando nivelar la mayor frescura blanca y quemaron más de la mitad de los pulmones en el envite. El Madrid tampoco apretó mucho, bien es cierto, reservándose quizás para el domino, pero con eso le bastó para meter al Milán en su campo y hartarle de bofetadas, pequeñas, pero guantazos al fin y al cabo.
Allegri intentó algo, meter a Inzaghi porque necesitaba un gol urgentemente, antes de que se le quemase el poco aire que le quedaba. Sin el balón y corriendo tras sombras, los milanistas parecían un pez en tierra, boqueando y a expensas de algún rayo luminoso: un balón largo de Pirlo, una genialidad de Pato o una aparición de Ibrahimovic, algo...
Lo encontró en un fallo multitudinario: un resbalón de Pepe, una cruce tardío, unas manos fallidas de Casillas e Inzaghi, que siempre está ahí para marcar un gol absurdo que castigaba la excesiva confianza del Madrid, demasiado autocomplaciente ante un grande. Por eso pasó lo que pasó: un metro que te doy, un metro que te dejo, un agujerito por ahí y llegó Inzaghi, que es un enloquecido del gol y (por cierto en fuera de juego) dio la vuelta a la tortilla. Todo parecía perdido pero la conexión entre Benzema y Pedro León devolvió al Madrid algo de lo pedido.

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